La iglesia reconoce, honra y venera a la Stma. Virgen María, principalmente, con el título de madre: Madre de Dios y Señor Jesucristo, y Madre de la iglesia, de todos los hombres, ya que la redención de Jesucristo es universal y todos los hombres son llamados a pertenecer al pueblo de Dios, la Iglesia. El culto a la Santísima Virgen hunde sus raíces en los primeros siglos del cristianismo.
Con San Pedro Nolasco, en la primera mitad del siglo XIII, comienza a invocarse a la Stma. Virgen bajo el conocidísimo título “de la Merced”. Santa María de la Merced es ciertamente una invocación antigua, pero siempre nueva y actual, porque expresa un aspecto esencial del misterio de María, evocando su presencia maternal y misericordiosa a favor de los fieles cristianos “que se hallan en peligros y ansiedad, para que, rotas las cadenas de toda opresión, alcancen la plena libertad del cuerpo y del espíritu”.
Venerar a la Virgen, bajo el título de la Merced, es lo mismo que recurrir a ella como madre de misericordia a favor de aquellos que son los más marginados de la sociedad. “Merced”en la edad media es sinónimo de misericordia, piedad o compasión, ejercida para con aquellos que se hallan privados de libertad y en peligro de perder su fe cristiana. La misericordia mercedaria es efectiva y afectiva, no humilla a la persona humana, sino, por el contrario la redime y libera, la dignifica. De esta misericordia está necesitado el mundo actual.